Pecar contra tu boca, hasta matarme la locura...

martes, 2 de febrero de 2010

****Ciudades lejanas****


Estaba desnuda boca abajo. Sobre el colchón, así, sin más abrigo que el sol del amanecer dándome directamente en la espalda y calentándomela. Las motas de polvo se veían hacer remolinos en el aire a contraluz. Estaba despierta, (¿cómo no iba a estarlo?) cuando él empezó a trazar un camino con sus dedos desde mi baja espalda, emulando a dos pies chiquititos, hasta mi nuca y volvió a bajar de una sola vez, realizando una caricia. No abrí los ojos. ¿Para qué? Ese roce, sutil pero tan perfecto, no necesitaba de nada más. Sólo esa sensación de piel contra piel que me envió mariposas al estómago de tu parte. Después, soplaste mi flequillo, (siempre lo has odiado, dices que no se me ve la cara) y me besaste la frente. Pensaste que sí que estaba dormida, mi respiración tranquila te lo confirmaba, pero solo está así cuando estás cerca. El resto del tiempo me dedico a sobrevivir con hiperventilaciones y malas taquicardias. Soy la única enamorada que le pasa lo contrario de lo que cuentan las novelas, la única que se tranquiliza cuando la tocas, la única a la que se le calma el corazón cuando la besas.

Y es que es mi mejor hora del día, cuando te veo aparecer, doblando la esquina, llegando tarde, como siempre, mientras yo te espero mordiéndome las uñas, rezándo para que los minutos de esa tarde no pasen tan rápido, rogándo a Calíope por una tregua con el segundero que marca el tiempo que me resta para estar contigo. Por eso, ¿Cómo iba a estar dormida? Simplemente estaba en tus brazos, en mis nubes, toda la noche, urdiendo un plan para robarle los segundos al despertador de la mesilla de noche.

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